La novela victoriana El retrato de Dorian Gray
ilustra de qué manera la persona que proyectamos ante los demás puede ser muy
distinta a cómo somos interiormente. Después que el apuesto y juvenil Dorian
Gray hizo que pintaran su retrato, le asustaba la perspectiva de envejecer y
deseaba que el cuadro envejeciera en lugar de él.
Al poco tiempo, se dio cuenta de que se le
había concedido su deseo. El retrato, que reflejaba su alma turbada, envejecía
y se tornaba cada vez más espantoso con los pecados que Dorian cometía,
mientras que él seguía siendo joven. Su apariencia exterior no coincidía con su
corrupto corazón.
Jesús reprendió a los fariseos por exhibir una
hipocresía similar. Muchos de ellos se enorgullecían al demostrar en público su
espiritualidad. Sin embargo, en su interior, eran culpables de muchos pecados
secretos. Por esta razón, Jesús los comparó con «sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos […] de
toda inmundicia» (Mateo 23:27).
Somos tentados a cultivar una imagen falsa para que la vean los demás, pero Dios conoce nuestro corazón (1 Samuel 16:7; Proverbios 15:3). Mediante la confesión y con el corazón abierto y en oración ante la Palabra de Dios y la obra del Espíritu, podemos experimentar una bondad interior que se reflejará en obras piadosas. Deja que el Señor te transforme de adentro hacia fuera (2 Corintios 3:17-18).