Mientras
ponía las bolsas con alimentos en la cajuela de mi automóvil, miré de reojo el
vehículo de al lado. Sobre el asiento trasero, vi canastos llenos de tomates
bien colorados, brillantes y grandes… con mejor aspecto que todos los que había
visto en el supermercado. Segundos después, cuando apareció la dueña del auto,
exclamé: «¡Qué tomates hermosos!». A lo que ella respondió: «Tuve una buena
cosecha este año. ¿Le gustaría llevar algunos?». Sorprendida ante su
disposición para compartir, los acepté gustosa. Me regaló varios tomates para
que llevara a casa, ¡y sin duda, el sabor era tan bueno como su aspecto!
Los
israelitas demostraron aun más generosidad cuando ofrendaron para construir el
tabernáculo del Señor. Al pedirles que proveyeran materiales para el santuario,
«vino todo varón a quien […] su espíritu le dio voluntad, con ofrenda al Señor
para la obra del tabernáculo» (Éxodo 35:21). Entusiasmados, donaron joyas de
oro, telas de colores, lino fino, plata, bronce, piedras preciosas y especias.
Algunos también dieron de su tiempo y sus talentos (vv. 25-26).
Si seguimos el ejemplo de los israelitas y ofrendamos generosamente de nuestros recursos, agradamos y honramos a Dios. El Señor, quien ve y conoce nuestros pensamientos y corazón, ama a los dadores alegres. Él mismo es el mejor ejemplo de generosidad (Juan 3:16).