Cuando la gente dice suspirando: «Promesas,
promesas», suele ser porque se ha desilusionado de alguien que no cumplió con
su palabra. Cuanto más sucede esto, mayor es la tristeza y más profundo el
suspiro.
¿Alguna vez te pareció que Dios no cumple Sus
promesas? Con el tiempo, esta actitud puede instalarse de manera sutil.
Después que Dios le prometió a Abraham: «Haré
de ti una nación grande» (Génesis 12:2), pasaron 25 años antes del nacimiento
de su hijo Isaac (21:5). Durante ese período, Abraham cuestionó al Señor porque
ese hijo no llegaba (15:2). Tal es así, que recurrió a ser padre a través de la
sierva de su esposa (16:15).
De todos modos, en medio de esos altibajos,
Dios continuaba recordándole que había prometido darle un hijo y, entre tanto,
lo instaba a seguirlo fielmente y a creer en Él (17:1-2).
Cuando reclamamos alguna de las promesas que el Señor hace en la Biblia, ya sea de darnos paz mental, coraje o provisión para suplir nuestras necesidades, nos estamos colocando en Sus manos y ajustando a Sus plazos. Mientras esperamos, puede parecer que el Señor se ha olvidado de nosotros; sin embargo, la confianza se aferra a la realidad de que, cuando nos apoyamos en Sus promesas, Él permanece fiel. La seguridad está en nuestro corazón, y el tiempo, en Sus manos.
Todas las promesas de Dios están respaldadas por Su sabiduría, por Su amor y por Su poder. (RBC)