El antiguo camino de Jerusalén a Jericó es un
sendero angosto y peligroso que pasa por un profundo desfiladero en el desierto
de Judea. Se llama Wadi Kelt, pero se conoce como el valle de la sombra, ya que
fue el sitio que inspiró a David para escribir el Salmo 23. El lugar en sí no
ofrece una gran motivación como para componer un poema tan esperanzador. El
panorama es inhóspito, árido y peligrosamente empinado. Es bueno para los
ladrones, pero para nadie más.
Cuando David escribió, «Aunque ande en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno» (v. 4), estaba en un lugar donde el mal
era una realidad siempre presente. No obstante, se negó a ceder ante el miedo. Él
no estaba diciendo que esperaba que Dios quitara el mal para que pudiera pasar
por allí a salvo, sino que la presencia del Señor le daría confianza para
atravesar esos lugares difíciles, sin temor a que lo abandonara. En otro salmo,
David dijo que el Señor era su esperanza (71:5).
Muchos declaran tener esperanza, pero sólo aquellos cuya esperanza está en Cristo pueden expresarlo con certeza. La esperanza no procede de la fuerza, ni de la inteligencia ni de las circunstancias favorables, sino del Señor. Como Hacedor del cielo y de la tierra, Él es el único que tiene derecho a prometer esperanza y poder para cumplir Su promesa.
La esperanza es una certidumbre… porque se fundamenta en Dios. (RBC)