Me han contado que las «historias sobre tres
deseos» pertenecen a casi todas las culturas y siguen una idea similar: Aparece
un benefactor y ofrece conceder tres deseos a un confiado beneficiario. Que
estos cuentos se den con tanta frecuencia sugiere que todos queremos tener algo
que no podemos conseguir por nuestros propios medios.
Incluso en la Biblia hay una «historia de un
deseo». Ocurrió una noche cuando el Señor se le apareció a Salomón en un sueño
y le dijo: «… Pide lo que quieras que yo te dé» (1 Reyes 3:5). Salomón podría
haber pedido cualquier cosa: riquezas, honra, fama o poder. Sin embargo, no
pidió ninguna de estas cosas, sino que quiso tener un «corazón entendido» (v.
9); es decir, un corazón humilde y dispuesto a escuchar la Palabra de Dios y
aprender sus verdades. El joven e inexperto rey que cargaba con la
responsabilidad de gobernar una vasta nación necesitaba la sabiduría del Señor
para desempeñarse bien.
¿Tengo yo esa sabiduría? Si Dios me hablara directamente
y me preguntara qué puede hacer por mí, ¿qué le pediría? ¿Salud, riqueza,
juventud, poder, prestigio? ¿O le rogaría que me dé sabiduría, santidad y amor?
¿Sería sabio o insensato al pedir?
Supongamos que el Señor te preguntara qué quieres que te dé, ¿qué le pedirías?