Mientras Karissa Smith recorría una
biblioteca local con su hijita de cuatro meses que balbuceaba, un anciano le
dijo bruscamente que hiciera callar a su bebé o que él lo haría. Smith
respondió: «Lamento lo que le haya pasado en la vida que ha hecho que una
alegre bebé lo moleste tanto, pero no voy a decirle a mi hijita que se calle ni
tampoco voy a permitir que usted lo haga». El hombre bajó la cabeza y se
disculpó, y le contó que su hijo había fallecido de síndrome de muerte súbita
infantil hacía más de 50 años. Había reprimido su amargura y su ira todos esos
años.
En el Salmo 13, David expresó su dolor.
Se dirigió a Dios con sinceridad y crudeza: «¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me
olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?» (v. 1).
Estas preguntas reflejaban su temor de que lo hubiera abandonado. Sus palabras
desesperadas dieron paso a un ruego por ayuda y una confirmación de su fe en el
amor de Dios (vv. 3-6). La confianza y una firme determinación acompañan al
clamor angustioso.
Todos atravesamos noches oscuras donde
nuestra alma se pregunta si Dios nos ha abandonado. Como le sucedió a David,
nuestro dolor puede convertirse en gozo cuando nos acercamos al Señor con
sinceridad, le rogamos que nos ayude y reafirmamos nuestra confianza en que su
amor por nosotros nunca fluctuará ni cambiará.