Hace poco, leí el Salmo 131, uno de mis
favoritos. En el pasado, lo consideraba un estímulo para entender que el
misterio es uno de los rasgos del carácter de Dios. Sus palabras me desafiaban
a mantener la mente tranquila, ya que soy incapaz de entender todo lo que el
Señor está haciendo en Su universo.
Pero, con el tiempo, observé otro aspecto del
espíritu tranquilo de David: No puedo comprender todo lo que Dios está obrando
en mí, y es imposible intentar entenderlo.
David hace una comparación entre un niño
destetado que ya no anhela lo que antes demandaba y el alma que ha aprendido la
misma lección. Es un llamado a instruirme en cuanto a tener humildad, paciencia
y contentamiento en todas las circunstancias de mi vida, cualesquiera que sean,
aunque no entienda las razones del Señor. La lógica divina está más allá de lo
que mi mente puede comprender.
Yo digo: «¿Por qué esta aflicción? ¿Por qué
esta angustia?». El Padre responde: «Calla, hijo. No lo entenderías aunque te
lo explicara. ¡Simplemente, confía en mí!».
Así que, después de contemplar el ejemplo de David, me pregunto: En todas mis circunstancias, ¿puedo esperar en el Señor? (v. 3). ¿Puedo aguardar con fe y paciencia sin ponerme ansioso ni cuestionar la sabiduría de Dios? ¿Soy capaz de confiar en Él mientras lleva a cabo en mí Su buena, agradable y perfecta voluntad?
En un mundo de misterios, consuela saber que Dios lo sabe todo. (RBC)