¡Es el primer día que subo al tractor! Una
fresca brisa matinal corre por la planicie. Los grillos y el silencio del campo
ceden ante el crujir del motor. Después de apoyar el arado en la tierra,
empiezo a recorrer el terreno. Bajo la vista para mirar los indicadores y la
palanca de cambios, aprieto el frío manubrio de acero y admiro el poder que
tengo. Al final, me doy vuelta para ver los resultados: en vez de la línea
perfectamente recta que esperaba encontrar, vi algo parecido a una serpiente
que se deslizaba, con más curvas e inclinaciones que el Circuito de
Indianápolis.
Sabemos cómo funciona el asunto. Se nos
enseñó: «Deben arar con la mirada fija en un poste de la cerca». Al mantenerse
enfocada en un punto al otro extremo del campo, la persona tiene la seguridad
de que hará una línea recta. Al volver, cumplo con las indicaciones y el
resultado es predecible: la línea está derecha. Solo se torció cuando dejé de
tener un punto de referencia.
Pablo aplicó un concepto similar cuando
escribió sobre tener sus ojos puestos en Jesucristo y en el impacto que esto
ejercía en él. No solo ignoró las distracciones (Filipenses 3:8,13), sino que
se enfocó (vv. 8, 14), observó los resultados (vv. 9-11) y cumplió con el
patrón establecido para otros (vv. 16-17).
Como Pablo, si miramos a Cristo, haremos un
surco derecho y llevaremos a cabo el propósito de Dios en nuestra vida.
Cuando fijas la
mirada en Dios, enfocas todo correctamente. (RBC)