Mientras estudiaba en el seminario,
trabajaba en un hogar de ancianos. Cuando conversaba con estos hombres y
mujeres, casi todos hablaban de la soledad que sentían en ese momento al haber
vivido más tiempo que algunos de sus amigos. La mayoría se preguntaba si
alguien los recordaría después de que dejaran esta vida.
No solo los ancianos pueden sentirse
solos y olvidados. En realidad, muchos nos sentimos limitados y solitarios,
dejados de lado por circunstancias justas e injustas. A veces, incluso
experimentamos lo que le sucedió a José, el personaje del Antiguo Testamento:
gente que no nos recuerda cuando, por muchas razones, debería hacerlo.
Génesis 40 describe las vivencias de
José mientras estaba preso. El copero había sido liberado y restituido a su
puesto en la corte, tal como José había dicho (vv. 9-13). Este le pidió
que lo mencionara ante Faraón, pero el copero se olvidó (vv. 14, 23).
Quizá nos sintamos olvidados; pero,
como en el caso de José, no es verdad (42:9-13). Jesucristo está sentado a la
diestra de Dios, y nuestras oraciones indefectiblemente llegan al trono del Rey
porque nuestro Salvador es el Mediador. Cuando nos sintamos solos, recordemos
descansar en su promesa de que Él está con nosotros siempre (Mateo 28:20).
Dios nunca abandona ni olvida a los suyos. (RBC)