Uno de los aspectos más peligrosos de
volar es el aterrizaje. A medida que el avión se acerca a la tierra, el tráfico
aéreo está más congestionado, el clima sobre la tierra puede ser mucho peor que
a 9.000 metros (30.000 pies) de altura, y las pistas quizá estén ocupadas por
otros aviones. Por eso, los pilotos dependen de los controladores de tráfico
aéreo para que coordinen todos los detalles, de modo que todas las aeronaves
puedan llegar sin problemas. Sin esos controladores, el caos sería inevitable.
Así que, imagina el pánico que se
produjo cuando el piloto de un avión lleno de pasajeros quiso comunicarse por
radio con la torre de control y no hubo respuesta. Al final, se descubrió que
el controlador de tráfico estaba allí, pero que se había dormido, con lo cual
había puesto en un terrible peligro al piloto, a los pasajeros y la aeronave.
La buena noticia es que el avión aterrizó sin problemas.
Una noticia mejor aún es que Dios, el
supremo controlador de tránsito, nunca se adormece ni duerme. Desde su
estratégica perspectiva celestial, sabe todo lo que sucede en y alrededor de tu
vida. Como señala el salmista: «Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos
y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda»
(121:2-3).
Puedes darlo por descontado: Dios
conoce los peligros latentes e incansablemente dirigirá el tráfico de tu vida
para tu beneficio y para su gloria (Romanos 8:28).
Como Dios nunca duerme, podemos estar tranquilos. (RBC)