Día
tras día y durante años, Enrique le hablaba al Señor de su preocupación por su
yerno Juan, el cual se había alejado de Dios. Pero, al tiempo, Enrique murió.
Meses más tarde, Juan volvió al Señor. Cuando su suegra le dijo que Enrique
había orado por él todos los días, Juan respondió: «Esperé demasiado». No
obstante, ella replicó gozosa: «El Señor sigue contestando las oraciones que él
hizo durante su vida terrenal».
La
historia de Enrique es alentadora para quienes oramos y esperamos. Él
permaneció «[constante] en la oración» y esperó con paciencia (Romanos 12:12).
El
autor del Salmo 130 experimentó lo que significa esperar en oración. Declaró:
«Esperé yo al Señor, esperó mi alma» (v. 5). Encontró esperanza en Dios porque
sabía que «en el Señor hay misericordia, y abundante redención con él» (v. 7).
El
autor Samuel Enyia escribió sobre el tiempo del Señor: «Dios no depende de
nuestro tiempo. Nuestro tiempo es cronológico y lineal, pero Dios […] es
atemporal. Actuará cuando se cumpla el tiempo establecido por Él. Nuestra
oración […] no necesariamente apresura al Señor para que actúe, pero […] nos
coloca en comunión con Él».
¡Qué privilegio tener comunión con Dios en oración y esperar la respuesta hasta que el tiempo del Señor se haya cumplido!
Dios tal vez demore en contestarnos, pero nunca frustrará nuestra confianza. (RBC)