Cuando mi oftalmólogo dice: «no se mueva», me
quedo quieta. No discuto. No lo desafío. No hago nada mientras mira para otro
lado. ¿Por qué? Porque es un renombrado cirujano óptico que está tratando de
preservar mi visión y que necesita que yo colabore. Sería insensato ignorar sus
instrucciones.
Entonces, ¿por qué no coopero en las cuestiones
de quietud espiritual? Dios considera que el descanso es tan importante que lo
incorporó al ritmo de la vida. Sin descanso, no podemos ver con claridad;
empezamos a pensar que somos más valiosos de lo que es cierto.
Después del estresante enfrentamiento de Elías
con Acab y Jezabel, el profeta se sumió en un estado de agotamiento. Dios envió
un ángel para que lo atendiera. Durante un período de quietud, «… vino a él
palabra del Señor…» (1 Reyes 19:9). Elías pensaba que era el único que estaba haciendo
la obra de Dios. Su celo era tan profundo que no sabía que otras 7.000 personas
no se habían inclinado delante de Baal (v. 18).
Quizá algunos de nosotros temamos lo que pueda
suceder si nos quedamos quietos y dejamos de trabajar. Pero algo peor sucede
cuando rehusamos descansar. Sin descanso, no podemos estar ni espiritual ni
físicamente saludables. Dios nos sana mientras reposamos.
Tal como yo debía quedarme inmóvil para que mi ojo se sanara, todos necesitamos quedarnos quietos para que el Señor pueda mantener clara nuestra visión espiritual.
Nuestra mayor fortaleza quizá sea poder estar quietos y confiar en Dios. (RBC)