Los israelitas estaban atrapados. Poco después
de dejar Egipto y la esclavitud, miraron hacia atrás y vieron algo
desalentador: una nube de polvo se les acercaba… era un enorme ejército. A
Faraón le había vuelto a atacar su «enfermedad»: la dureza de corazón (Éxodo
14:8). Entonces, envió sus carros para perseguir a Moisés y al pueblo.
Cuando el ejército egipcio los alcanzó, todo
parecía perdido. Estaban atrapados entre una pared de soldados y el agua del
mar. Llenos de pánico, clamaron a Moisés y a Dios.
Ambos les respondieron con instrucciones.
Moisés dijo: «… estad firmes, y ved la salvación que el Señor hará hoy…»
(14:13). Y Dios les indicó: «que marchen» (v. 15). Aunque parezcan consejos
contradictorios, las dos órdenes procedían del Señor y eran correctas. En
primer lugar, el pueblo tenía que estar firme o lo suficientemente quieto como
para recibir las instrucciones divinas. ¿Qué habría pasado si se hubiesen
lanzado al Mar Rojo sin consultar al Señor? Pero, al quedarse quietos,
escucharon las indicaciones, que incluían lo que ellos debían hacer: avanzar; y
lo que tenía que hacer Moisés: extender su mano sobre el mar, en obediencia,
para que el Señor dividiera las aguas.
¿Las circunstancias te tienen atrapado? Mantente firme. Dedica un tiempo para consultar a Dios y su Palabra. Después, aplica sus instrucciones, avanza y deja que el Señor te guíe.