La mayor parte de las regiones del mundo conoce
el fenómeno asombroso de la nieve. Los copos de nieve son cristales de hielo
hermosos y singularmente elaborados. Por sí solos, son frágiles y se derriten
rápidamente si nos caen en la mano. Sin embargo, agrupados, generan una solidez
considerable. Pueden inmovilizar grandes ciudades y, al mismo tiempo, crear
paisajes maravillosos con árboles cubiertos de nieve, cuyas fotografías decoran
calendarios y se convierten en motivos de obras de arte. Brindan placer en las
laderas para esquiar, y alegría a los niños cuando hacen muñecos de nieve y
bolas para arrojarse unos a otros. Todo porque los copos se mantienen unidos.
Lo mismo sucede con los que seguimos a Cristo.
Cada uno ha sido exclusivamente dotado con capacidades para colaborar en la
obra de Dios. La intención nunca fue que viviéramos aislados, sino que
trabajáramos juntos para convertirnos en una gran fuerza para Dios y el
progreso de su causa. Pablo nos lo recuerda diciendo que el cuerpo de Cristo
«no es un solo miembro, sino muchos» (1 Corintios 12:14). Todos debemos usar
nuestros dones para servirnos mutuamente, de modo que, juntos, podamos marcar
una diferencia significativa en el mundo.
Pon tus dones a trabajar, coopera alegremente con los talentos de quienes te rodean ¡y deja que el Espíritu te utilice para su gloria!
Podemos lograr más juntos que solos. (RBC)