Laura
Brooks, de 52 años y madre de dos hijos, no lo sabía, pero era una de las
14.000 personas cuyo nombre, en el 2011, se había ingresado en la base de datos
del gobierno de los Estados Unidos como muerta. Se preguntaba por qué ya no
recibía el subsidio por discapacidad y rechazaban sus cheques para pagar las
cuotas de un crédito y el alquiler. Fue al banco para aclarar la situación,
¡pero el representante le dijo que habían cerrado sus cuentas porque estaba
muerta! Evidentemente, había un error.
El
apóstol Pablo no estaba equivocado cuando dijo que los creyentes de Éfeso
estaban antes muertos… espiritualmente. Muertos en el sentido de que se
encontraban separados de Dios, eran esclavos del pecado (Efesios 2:5) y estaban
sujetos a la ira divina. ¡Qué condición tan desesperante!
Sin
embargo, Dios, en su bondad, se puso en acción para revertir esta condición,
tanto para ellos como para nosotros. El Dios vivo, «el cual da vida a los
muertos» (Romanos 4:17), derramó su abundante misericordia y gran amor al
enviar a su Hijo Jesús a este mundo. Mediante la muerte y la resurrección de
Cristo, somos hechos vivos (Efesios 2:4-5).
Cuando creemos en la muerte y la resurrección de Jesucristo, pasamos de muerte a vida. ¡Ahora vivimos para regocijarnos en la bondad del Señor!