Cuando
era niño, uno de mis entretenimientos favoritos era jugar en el sube y baja de
un parque cercano. Los chicos se sentaban en ambos extremos del tablón y se
balanceaban hacia arriba y abajo. A veces, el que estaba abajo se mantenía allí
y dejaba a su compañero de juego detenido en lo alto y gritando para que lo
bajara. Pero lo más cruel de todo era bajarse y salir corriendo cuando el otro
estaba en el aire… para que cayera de repente contra el suelo y se golpeara.
A
veces, tal vez sintamos como que Jesús nos está haciendo eso. Confiamos en que
estará con nosotros en los altibajos de la vida. Sin embargo, cuando las cosas
dan un giro inesperado y nos dejan golpeados y heridos, quizá nos parezca que
el Señor se fue y dejó que nos cayéramos y que el dolor nos invadiera.
Pero Lamentaciones 3 nos recuerda que «por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias» (v. 22), y que Él es fiel hasta el final, aun cuando todo parezca estar desmoronándose. Esto significa que, en medio de nuestro dolor, aunque tal vez nos sintamos solos, no lo estamos. Y aunque no percibamos su presencia, ¡el Señor está a nuestro lado, como nuestro compañero confiable que nunca se irá ni nos dejará!