Nuestras palabras pueden expresar lo que deseamos que suceda en beneficio de otras personas en el año que comienza, pero no pueden garantizar la buena suerte. Lo importante es esto: ¿Qué desea ver Dios en nosotros el próximo año?
En su carta a los filipenses, Pablo expresa que su deseo y oración es que el amor de ellos «abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento» (1:9). La iglesia había sido un gran baluarte de respaldo para él (v. 7); sin embargo, los instaba a continuar creciendo en el amor hacia los demás. El apóstol no estaba hablando de conocimiento intelectual, sino de conocer al Señor. El amor a los demás comienza con una comunión más íntima con Dios. Conociéndolo a Él más plenamente, podemos discernir entre lo correcto y lo incorrecto.
Ofrecer nuestros mejores deseos a los demás para el próximo año está bien, pero nuestra oración de corazón debería ser que abundemos en amor, para que seamos «llenos de frutos de justicia […], para gloria y alabanza de Dios» (v. 11).
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La gente con un corazón para Dios también lo tiene para los demás.(RBC)