Buscar errores es un pasatiempo popular
y, por desgracia, a muchos de nosotros nos resulta fácil participar de la
diversión. Concentrarse en los defectos de los demás es una gran manera de
sentirse mejor personalmente. Y ahí está el problema. Pasar por alto los
errores que debemos corregir en nuestra vida no solo detiene nuestro
crecimiento espiritual, sino que también obstaculiza la obra de Dios a través
de nosotros. Nuestra manera de vivir favorece o entorpece la eficacia del Señor
en la vida de otros.
Con razón, entonces, Pablo se esforzaba
intensamente para «no [dar] a nadie ninguna ocasión de tropiezo» (2 Corintios
6:3). Para él, lo más importante era serle útil a Dios para obrar en la vida de
los demás. Cualquier cosa que se interpusiera en ese camino era prescindible.
Si quieres ser genuino y útil para
Dios, haz un inventario de los obstáculos. A veces, estos estorbos son cosas
intrínsecamente legítimas, pero que, en determinados contextos, podrían ser
inapropiadas. No obstante, el pecado es claramente un tropezadero para los
demás. La murmuración, la calumnia, la jactancia, la amargura, la codicia, los
insultos, el enojo, el egoísmo y la venganza cierran el corazón de los que nos
rodean al mensaje de Dios a través de nuestra vida.