La vida se parece a los «autitos
chocadores» en un parque de diversiones. Te subes a tu carro, sabiendo que van
a chocarte… pero no con cuánta intensidad. Cuando te chocan, aprietas el
acelerador, persigues al que te chocó y esperas golpearlo con más violencia de
la que recibiste.
Quizá sea una estrategia divertida para
los autitos chocadores, pero es terrible para la vida. Cuando te golpean, la
venganza solo empeora las cosas y, al final, todos salen perjudicados.
Jesús tenía una estrategia mejor:
perdonar a quienes nos «chocan». Como Pedro, tal vez nos preguntemos cuántas
veces tenemos que hacerlo. Al consultar «¿hasta siete?», el Señor le respondió:
«hasta setenta veces siete» (Mateo 18:21-22). En otras palabras, la gracia no
tiene límite. Siempre debemos aplicar un espíritu perdonador. ¿Por qué? En el
relato del amo que perdonó, Jesús explicó que no perdonamos porque nuestros
ofensores lo merezcan, sino porque nosotros mismos hemos sido perdonados: «…
toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener
misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? (vv. 32-33).
Como se nos ha perdonado mucho, no
sigamos perjudicando a los demás y hablémosles de esa bendición.