Todos los años, cuando saco el comedero para
los colibríes, estos laboriosos pajaritos empiezan a luchar para ganarse su
espacio. Aunque hay cuatro lugares en la «mesa», ellos pelean por el que está
ocupando uno de sus vecinos. La fuente de alimentos es igual en cada caso: un
recipiente de almíbar en el fondo del comedero. Como yo sé que todos los
espacios son iguales, sacudo la cabeza ante su codicia.
Pero luego, me pregunto: ¿Por qué es mucho
más fácil ver la codicia de las aves que la mía? A menudo, quiero ocupar en la
«mesa de Dios» el lugar de otro, aunque sé que todo lo bueno procede de la
misma fuente (el Señor) y que su provisión nunca se acabará. Si Él puede
prepararnos una mesa aun en presencia de nuestros enemigos (Salmo 23:5), ¿por
qué nos preocupa que otro ocupe en la vida el lugar que nosotros deseamos?
El Señor puede darnos «en todas las cosas
todo lo suficiente» para que «[abundemos] para toda buena obra» (2 Corintios
9:8). Cuando reconozcamos la importancia de nuestra labor como ministros de la
gracia de Dios (1 Pedro 4:10), dejaremos de pelear para ocupar la posición de
otra persona y estaremos agradecidos por el lugar que Él nos ha dado para
servir a otros en su nombre.