Gary Carter, jugador de béisbol y
miembro del Salón de la Fama, era seguidor de Cristo. Durante sus 19 años de
carrera, su fe en Dios le dio fortaleza y resistencia para competir. En un
artículo del Wall Street Journal, poco después de la muerte de Carter a los 57
años por un tumor cerebral, el escritor Andrew Klavan relató cómo había
influido en su vida.
A finales de la década de 1980, Klavan
atravesaba el peor momento de su vida y pensaba suicidarse. Entonces, escuchó
una entrevista a Carter después de un partido. Su equipo, los New York Mets,
había ganado, y el maduro jugador había colaborado corriendo esforzadamente en
un momento crucial del partido. Le preguntaron cómo había podido hacerlo con
sus rodillas tan doloridas. Klavan escuchó su respuesta: «A veces, uno
simplemente tiene que jugar con dolor». Esa simple declaración lo ayudó a salir
de su depresión. «¡Yo también puedo hacerlo!», declaró. Animado, encontró
esperanza… y más tarde, puso su fe en Cristo como Salvador.
La consoladora verdad detrás de la
afirmación de Carter proviene de Lamentaciones. Quizá enfrentemos tristezas,
dolores y dificultades, pero no tenemos que hundirnos en la auto conmiseración.
El mismo Dios que permite que suframos también derrama sobre nosotros su
abundante consolación (Lamentaciones 3:32). Con el amor del Señor que nos
levanta, podemos (si es necesario) «jugar» con dolor.