Me encantan las palabras siempre y
nunca. ¡Contienen tanta esperanza! Me gustaría pensar que podría ser feliz
siempre y que la vida nunca va a decepcionarme. Pero la realidad dice que no
siempre seré feliz y que las cosas que espero que nunca sucedan tal vez
ocurran. Entonces, por más buenas que suenen estas palabras, luchan por lograr
su máximo potencial… a menos que uno piense en la promesa de la presencia de
Jesús.
A un grupo de discípulos preocupados
que temían enfrentarse solos a la vida, Jesús les dijo: «yo estoy con vosotros
todos los días» (Mateo 28:20). El escritor de Hebreos nos recuerda que el Señor
también declaró: «No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir
confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré» (Hebreos 13:5-6). Y el
apóstol Pablo les asegura a los creyentes que, después de la muerte: «estaremos
siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4:17). ¡Qué alentador!
Independientemente de lo tenebroso que
pueda parecer hoy nuestro camino o de lo desesperanzado que veamos nuestro
futuro, la certeza de la presencia permanente de Dios puede brindarnos el
coraje y el consuelo para seguir adelante. Y lo mejor de todo es que, cuando
esta corta vida se termine, estaremos siempre con Él. Con razón, Pablo nos
exhorta: «Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras» (v. 18).