Empezamos a conversar y me contó su
triste historia de una niñez complicada y un matrimonio desdichado. Mientras
escuchaba, me vinieron a la mente las palabras «raíz de amargura» de Hebreos
12:15. Pensé: Esto es lo que siento. Después de todos esos años, seguía
abrigando una profunda raíz de amargura que se retorcía y me ahogaba el
corazón.
Entonces, recordé estas palabras: «No
seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Romanos 12:21).
Charlamos e incluso compartimos algunas
lágrimas. Ninguna de las dos mencionó aquel incidente. Esa tarde, Dios le
enseñó una lección a alguien: perdonar y quitar la amargura. Sí, me la enseñó a
mí.
La venganza nos esclaviza; el perdón nos libera. (RBC)