Hace
años, un autor anónimo escribió un breve poema sobre los méritos de medir
nuestras palabras: “Una vieja y sabia
lechuza estaba posada en un roble, / Cuanto más veía, menos hablaba; cuanto
menos hablaba, más escuchaba. / ¿Por qué no podemos ser como esa vieja y sabia
ave”? Hay una conexión entre la sabiduría y el limitar lo que decimos.
Proverbios 10:19 declara: «En las muchas palabras no falta pecado; mas el que
refrena sus labios es prudente».
Somos
sabios si cuidamos qué y cuánto decimos en determinadas situaciones. Es
importante refrenar nuestras palabras cuando estamos enojados. Santiago exhorta
a los creyentes: «… todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo
para airarse» (Santiago 1:19). Medir lo que decimos también puede mostrar
reverencia a Dios. Salomón señaló: «… Dios está en el cielo, y tú sobre la
tierra; por tanto, sean pocas tus palabras» (Eclesiastés 5:2). Cuando los demás
están angustiados, estar con ellos y en silencio puede ayudar más que expresar
muchas frases compasivas: «… ninguno le hablaba palabra, porque veían que su
dolor era muy grande» (Job 2:13).
Aunque hay un tiempo para estar callado y otro para hablar (Eclesiastés 3:7), decidir hablar menos nos permite escuchar más.