A menudo,
escuchamos decir: «La realidad es lo que sentimos». Para los estadounidenses,
esa idea tal vez nació el 26 de septiembre de 1960, fecha del primer debate
televisado entre dos candidatos a presidente. Frente a las cámaras, John
Kennedy parecía controlado; Richard Nixon, nervioso. La sensación era que
Kennedy sería un líder más fuerte. Ese debate no solo definió aquella elección,
sino que también cambió la manera de hacer política en los Estados Unidos. La
regla de la época se tornó en hacer política según las sensaciones.
A
veces, la sensación es la realidad, pero no siempre; en especial, cuando se
trata de Dios. Mientras Jesús y sus discípulos cruzaban el Mar de Galilea en un
pequeño barco pesquero, una tormenta repentina amenazaba hundirlo. Jesús dormía,
y sus seguidores, a punto de entrar en pánico, lo despertaron diciendo:
«Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?» (Marcos 4:38).
La pregunta de aquellos hombres suena parecida a las nuestras. A veces, me da la impresión de que la aparente inactividad de Dios es porque no le interesa lo que sucede. Pero su cuidado de mí va mucho más allá de lo que yo puedo ver o medir. Nuestro Dios está profundamente atento a lo que nos preocupa. Por eso, nos exhorta a dejar en sus manos todas nuestras cargas, «porque él tiene cuidado de [nosotros]» (1 Pedro 5:7). Esta es la verdadera realidad.
Aunque no sintamos la presencia de Dios, su tierno cuidado nos rodea por completo. (RBC)