Los directivos de una escuela
secundaria en Alaska estaban cansados de ver que los alumnos se metían en
problemas y que el cincuenta por ciento abandonaba los estudios. Para
mantenerlos interesados, formaron un equipo de fútbol americano, lo cual les
daba la oportunidad de desarrollar sus habilidades, trabajar en equipo y
aprender lecciones para la vida. El problema era que la escuela estaba en una
zona tan fría que no podían tener un campo de juego con hierba. Entonces,
competían sobre tierra apisonada.
A más de 6.000 kilómetros de
distancia, una mujer oyó hablar del equipo de fútbol y el peligroso campo de
juego. Impactada por los cambios positivos que vio en los alumnos, sintió que
Dios la impulsaba a ayudar, y se puso a trabajar. Casi al año, inauguraron la
nueva cancha, cubierta de una hermosa superficie de césped sintético. Aquella
mujer había reunidos miles de dólares para ayudar a jóvenes que ni siquiera
conocía.
Esto no se trata de deportes ni de dinero, sino de recordar «hacer bien y de la ayuda mutua» (Hebreos 13:16). Santiago nos recuerda que demostramos nuestra fe con nuestra acciones (2:18). Las necesidades del mundo son diversas y abrumadoras, pero, cuando amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, tal como dijo Jesús (Marcos 12:31), alcanzamos a los demás con el amor a Dios.