Cuando yo era
niño, todos los meses salíamos en una excursión familiar para visitar a mis
abuelos maternos. Cuando llegábamos a la puerta de la granja, la abuela siempre
nos saludaba diciendo: «Pasen y siéntense un rato». Era su forma de decirnos
que nos pusiéramos cómodos y charláramos para «ponernos al día».
La vida puede
volverse muy ajetreada. En nuestro mundo orientado hacia la acción, no es fácil
llegar a conocer bien a la gente. Resulta difícil encontrar tiempo para pedirle
a alguien que «se siente un rato». Podemos hacer más cosas si nos escribimos un
mensaje y vamos directo al asunto.
Sin embargo,
observa lo que hizo Jesús cuando quiso marcar una diferencia en la vida de
Zaqueo, un recaudador de impuestos: fue a su casa y se sentó un rato. Sus
palabras, «es necesario que pose yo en tu casa», indican que no fue una parada
breve (Lucas 19:5). Jesús pasó tiempo con él, y la vida de Zaqueo dio un
vuelco.
En el porche delantero de la casa de mi abuela había varias sillas; una cálida invitación a todas las visitas a relajarse y conversar. Si deseamos conocer a alguien y marcar una diferencia en su vida —como lo hizo Jesús con Zaqueo—, tenemos que invitar a esa persona a «pasar y sentarse un rato».