En Singapur, las cenas sociales y empresariales
durante la temporada del Año Nuevo chino suelen empezar con un plato que
incluye ensaladas, aderezos, encurtidos y pescado crudo. Se llama Yu Sheng, un
juego de palabras que suena parecido a «año de prosperidad». Por tradición, los
que están presentes preparan juntos la ensalada. Mientras lo hacen, se repiten
ciertas frases para incentivar la buena suerte.
Nuestras palabras pueden expresar lo que
deseamos que suceda en beneficio de otras personas en el año que comienza, pero
no pueden garantizar la buena suerte. Lo importante es esto: ¿Qué desea ver
Dios en nosotros el próximo año?
En su carta a los filipenses, Pablo expresa que
su deseo y oración es que el amor de ellos «abunde aun más y más en ciencia y
en todo conocimiento» (1:9). La iglesia había sido un gran baluarte de respaldo
para él (v. 7); sin embargo, los instaba a continuar creciendo en el amor hacia
los demás. El apóstol no estaba hablando de conocimiento intelectual, sino de
conocer al Señor. El amor a los demás comienza con una comunión más íntima con
Dios. Conociéndolo a Él más plenamente, podemos discernir entre lo correcto y
lo incorrecto.
Ofrecer nuestros mejores deseos a los demás para el próximo año está bien, pero nuestra oración de corazón debería ser que abundemos en amor, para que seamos «llenos de frutos de justicia […], para gloria y alabanza de Dios» (v. 11).