Un clic en el obturador y listo… un hermoso
momento presente queda guardado para la eternidad. El sol de finales del
verano, que se reflejaba sobre las olas rompientes, hacía que el agua pareciera
oro líquido salpicando la costa. Si mi amigo no hubiera estado allí con su
cámara, la ola habría pasado inadvertida, como muchas otras que vienen y van, y
que solo Dios las ve.
¿Quién puede imaginar cuántas olas ha enviado
el mar hacia la orilla? No obstante, cada una de ellas es única. Tal como se ve
en cada onda del mar, Dios hace que las cosas aparentemente comunes se
conviertan en una belleza extraordinaria. Con el agua y el aire, elabora obras
de arte maravillosas. Disfrutamos de su galería en la altura de los cielos, la
superficie de la tierra y la profundidad del mar. Pero la mayor parte de la
belleza de este planeta permanece imperceptible para nosotros; Dios es el único
que la ve.
El Señor utiliza otra galería para exhibir su gloria: los seres humanos. Nosotros también estamos hechos de algo común y corriente: el polvo (Génesis 2:7), pero Él nos agregó un ingrediente extraordinario: su aliento (v. 7). Como las olas del mar y las flores del campo (Isaías 40:6), nuestra vida es breve y pocos la ven. Aun así, cada vida es un «momento» hermoso creado por Dios para decirle al mundo: «¡Ved aquí al Dios vuestro!», cuya Palabra permanece para siempre (v. 8-9).