El Voyager i, la nave lanzada en 1977,
recorre el límite externo de nuestro sistema solar, a más de 16.000 millones de
kilómetros de distancia. En febrero de 1990, cuando estaba a casi 6.500
millones de kilómetros, los científicos giraron su cámara hacia la Tierra y
tomaron fotografías que mostraban nuestro planeta como un punto azul casi
imperceptible en un vasto mar de espacio vacío.
En la inmensidad de nuestro universo, la
Tierra es solo una minúscula mancha. En esta aparentemente insignificante
piedrecita en el océano de objetos galácticos, viven más de 7.000 millones de
personas.
Si esto te hace sentir que no vales nada,
Dios tiene algunas buenas noticias. En uno de los salmos de David, hay una
pregunta retórica que te permitirá salir en la noche, mirar al cielo y regocijarte.
El Salmo 8:3-5 nos afirma que, a los ojos de Dios, somos superestrellas:
«Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos […]. ¿Qué es el hombre, para que
tengas de él memoria […]? Y lo coronaste de gloria y de honra». ¡Asimila estas
palabras! Dios, quien creó con su sola palabra un universo tan vasto que ni el
telescopio Hubble ha descubierto dónde termina, te creó a ti y le interesa
profundamente tu vida. Tanto es así, que le pidió a Jesús que dejara el cielo
para morir por ti.
Observa maravillado la creación de Dios y
alábalo por haberte coronado de gloria a través de su Hijo Jesucristo.
Sentimos el poder del
amor de Dios y lo vemos en todo lo que ha creado. (RBC)