Todos los años, cuando empieza la primavera,
quiero detener el reloj. Me encanta cuando la muerte es derrotada por frágiles
brotes que se niegan a quedar confinados bajo la arcilla endurecida y las ramas
quebradizas. En pocas semanas, el panorama desnudo se transforma en árboles
totalmente vestidos, adornados de flores brillantes y perfumadas. Nunca me
canso de disfrutar de las vistas, los sonidos y las fragancias de la primavera.
Del mismo modo, cuando llego a 1 Reyes, en el
plan anual de lectura de la Biblia, me encuentro con el capítulo 10 y
experimento la misma sensación: quiero que la historia se detenga. La nación de
Israel ha florecido. Salomón se ha convertido en rey y edificado un sitio
magnífico como morada de Dios, que entró en el lugar con un destello de gloria
(8:11). Al fin, unidos bajo un rey justo, están en paz. ¡Me encantan los
finales felices!
Pero la historia no termina ahí, sino que
sigue: «Pero el rey Salomón amó, […], a muchas mujeres extranjeras» (11:1) y
«sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos» (v. 4).
Como las estaciones del año, los ciclos de la
vida también continúan: nacimiento y muerte, éxito y fracaso, pecado y
confesión. Aunque somos incapaces de detener el reloj cuando disfrutamos de
buenos momentos, podemos descansar en la promesa de Dios de que, al final, toda
mala experiencia terminará (Apocalipsis 21:4).
En tiempos buenos y
malos, Dios nunca cambia. (RBC)