Los primeros que escalaron el monte Everest,
la montaña más alta del mundo, fueron Edmund Hillary y Tenzing Norgay, en 1953.
Hillary tenía sólo 33 años. Su hazaña le dio fama, riqueza y la certeza de que
ya había vivido una vida extraordinaria.
Entonces, ¿qué hizo durante los 55 años
restantes? ¿Se jubiló y descansó en los laureles recibidos? Para nada. Aunque
Hillary ya no tenía montañas más altas para escalar, eso no lo detuvo. Logró
otras metas notables, incluso un esfuerzo conjunto para mejorar la asistencia
social al pueblo nepalés que vivía cerca del Everest; tarea que continuó hasta
su muerte en el 2008.
¿Sabías que Dios les dijo a los levitas que
se retiraran de sus obligaciones habituales a los 50 años de edad? (Números
8:24-25). Sin embargo, no quería que dejaran de ayudar a otros, sino que les
indicó que podían «seguir ayudando a sus hermanos en el ejercicio de sus
deberes» (v. 26). No podemos tomar este incidente como una enseñanza específica
sobre la jubilación, pero sí considerarlo una indicación implícita de Dios de
que es una buena idea seguir sirviendo a los demás después de jubilarnos o
retirarnos de la vida laboral.
Muchas personas sienten que, cuando se
jubilan, ya no tienen nada significativo para hacer. Sin embargo, como en el
caso de los levitas y de Sir Edmund Hillary, podemos reenfocar nuestras metas
al retirarnos y dar de nuestro tiempo para ayudar a otras personas.
La vida cobra un nuevo sentido cuando la invertimos en
otras personas. (RBC)