Samuel, de cuatro años, había terminado de
comer y preguntó si podía irse. Quería salir a jugar. Pero era demasiado
pequeño para estar afuera solo, así que, la madre dijo: «No, no puedes salir
solo. Debes esperar que yo termine para acompañarte». Su respuesta inmediata
fue: «Pero, mami, ¡Jesús está conmigo!».
Los padres le habían enseñado bien a su hijo
que el Señor siempre estaba a su lado. En nuestra lectura bíblica de hoy, vemos
que Jacob también había aprendido esa lección. Su padre Isaac lo había
bendecido y le había dicho que buscara una esposa entre los parientes de su
madre (Génesis 28:1-4). Entonces, siguió sus indicaciones y viajó a Harán.
Mientras dormía, el Señor se le apareció en un
sueño y le dijo: «He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que
fueres […]; porque no te dejaré…» (v. 15). Cuando despertó, entendió lo que
había oído, y declaró: «Ciertamente el Señor está en este lugar…» (v. 16).
Confiando en la presencia de Dios, se comprometió a seguirlo toda su vida (vv.
20-21).
Si hemos recibido a Cristo como Salvador (Juan 1:12), podemos tener confianza y hallar consuelo en esta verdad: Él está siempre con nosotros (Hebreos 13:5). Como Jacob, que nuestra respuesta a su amor sea consagrarnos de todo corazón a Él.