Un día, mientras compraba en un supermercado,
una persona me consideró un ladrón, mientras que otra pensó que era un héroe.
Cuando salía del edificio, un empleado dijo:
«Disculpe, señor. Hay muchos artículos en su carro que no están embolsados».
Evidentemente, esa es una estrategia de quienes roban en las tiendas. Cuando
vio que eran productos demasiado grandes para poner en las bolsas, se disculpó
y me dejó seguir mi camino.
En el estacionamiento, una mujer miró de reojo
mi gorro deportivo bordado en dorado y lo confundió con un sombrero militar.
Entonces, exclamó: «¡Gracias por defender nuestro país!». Y después, se fue.
Tanto el empleado del supermercado como la
mujer en el estacionamiento hicieron conclusiones apresuradas sobre mí. Es
fácil formar opiniones basadas en las primeras impresiones.
Cuando Samuel tuvo que elegir de entre los
hijos de Isaí al siguiente rey de Israel, también juzgó según sus primeras
impresiones. Sin embargo, el elegido de Dios no era ninguno de los hermanos
mayores. El Espíritu le señaló a Samuel: «No mires a su parecer, ni a lo grande
de su estatura» (1 Samuel 16:7). El Señor escogió a David, el menor, cuyo
aspecto no se parecía en nada al de un rey.
Dios puede ayudarnos a ver a las personas a través de sus ojos, porque «el Señor no mira lo que mira el hombre; […] el Señor mira el corazón» (v. 7).
A menudo, las primeras impresiones llevan a conclusiones equivocadas. (RBC)