Un proyecto ornamental en la calle principal
de la ciudad donde vivo exigió que se demoliera una iglesia construida en la
década de 1930. Aunque habían quitado las ventanas del edificio vacío, las
puertas permanecieron en su lugar varios días. En cada una, había un mensaje
escrito con letras gigantes en color anaranjado fluorescente: ¡No Entrar!
Lamentablemente, algunas iglesias cuyas
puertas están abiertas transmiten el mismo mensaje a los visitantes que llegan
con un aspecto que no está a la altura de los estándares esperados. No hacen
falta letras grandes ni fluorescentes. Con una simple mirada desaprobadora,
algunos expresan: «¡No eres bienvenido aquí!».
Sin duda, la apariencia de la gente no es un
indicador de cómo está su corazón. Dios se concentra en la vida interior. Mira
mucho más allá de lo superficial (1 Samuel 16:7), y desea que
nosotros hagamos lo mismo. También conoce el corazón de aquellos que parecen
ser «justos», pero que están interiormente «llenos de hipocresía»
(Mateo 23:28).
El mensaje de bienvenida de Dios, que
nosotros debemos mostrar a los demás, es claro. Les dice a todos los que lo
buscan: «A todos los sedientos: Venid a las aguas…» (Isaías 55:1).