Entre las muchas cosas que me encantan
de mi mamá, quizá la más importante es su franqueza. Siempre que la llamo para
pedirle su opinión sobre algo, me responde: «No me pidas mi opinión a menos que
quieras oírla. No voy a tratar de imaginar qué deseas escuchar. Te diré lo que
pienso realmente».
En un mundo donde las palabras se
analizan cuidadosamente, su franqueza es renovadora. Esto también caracteriza a
un auténtico amigo. Los amigos genuinos nos dicen la verdad con amor… aunque no
sea lo que queramos oír. Como declara el proverbio: «Fieles son las heridas del
que ama…» (Proverbios 27:6).
Por eso, Jesús es el amigo más
maravilloso. Cuando se encontró con la mujer junto al pozo (Juan 4:7-26),
rehusó entrar en un tire y afloje sobre cuestiones menores, y se centró en
asuntos y necesidades más profundos que pesaban en el corazón de ella. La
desafió exponiendo las cualidades del Padre celestial y, con amor, le habló de
los sueños rotos y las decepciones que ella había experimentado.
Mientras caminamos con Dios,
permitámosle hablarnos con franqueza y a través de su Palabra sobre la
condición de nuestro corazón, para que acudamos a Él y su gracia nos ayude en
los momentos de necesidad.