Hace poco, vi una publicidad en la web
sobre un juego basado en la mitología griega. Hablaba de ejércitos, dioses
mitológicos, héroes y conquistas. Lo que me llamó la atención fue cómo empezar
a jugarlo. Te inscribes por Internet, escoges tu dios y construyes tu imperio.
¡Vaya! «Escoger tu dios». Aunque esas
palabras se usaron al pasar en la publicidad, me impresionaron porque reflejan
uno de los peligros más tremendos del mundo en que vivimos. En un juego, quizá
no importe qué «dios» elijas, pero en la esfera real, esa elección tiene
consecuencias eternas.
A una generación de israelitas rodeados
por los dioses de su época, Josué les declaró que debían escoger su dios, pero
que no tenían que hacerlo con displicencia. Dio el ejemplo, al expresar: «…
escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros
padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos
en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos al Señor» (Josué 24:15).
Hoy, como en los días de Josué, hay
muchas opciones, pero solo una elección es sabia: el Dios verdadero. Josué
escogió correctamente: «serviremos al Señor».