Como tiendo a aferrarme a mis
planes, cualquier cosa que me desvíe de mis rutinas puede resultarme sumamente
irritante. Incluso las distracciones a veces son perturbadoras y dolorosas.
Pero Dios declaró: «… mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni
vuestros caminos mis caminos» (Isaías 55:8), y Él sabe que ocasionalmente
necesitamos un cambio de rumbo para lograr mejores resultados que los que
obtendríamos si siguiéramos nuestros planes originales.
Piensa en José. Dios lo desvió
hacia Egipto a fin de prepararlo para que impidiera que su pueblo escogido
muriera de hambre. O en Moisés, el cual se apartó de la vida lujosa en la casa
de Faraón para encontrarse con el Señor en el desierto y prepararse para guiar
a los israelitas a la tierra prometida. O en José y María, a quienes el ángel
les anunció el cambio más significativo de todos. María tendría un hijo, y este
se llamaría «JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21).
José creyó en ese propósito supremo que Dios tenía para él, se sometió al
desvío y, obedientemente, «le puso por nombre JESÚS» (v. 25). ¡El resto es una
historia maravillosa!
Podemos confiar en los planes más
grandiosos de Dios mientras va consumando su obra mucho más maravillosa en la
historia de nuestra vida.