Cuando era niño, me encantaba que mi
mamá me leyera cuentos. Me sentaba sobre sus rodillas y escuchaba cada palabra.
Mientras ella leía, yo examinaba los detalles de cada dibujo y esperaba con
ansias oír lo que diría la página siguiente.
¿Alguna vez has pensado que nuestra
vida narra una historia? En cada situación (buena, mala o indiferente),
aquellos que nos rodean están observando y escuchando lo que les relatamos.
Nuestra historia no solo se comunica con palabras, sino también mediante la
actitud y las reacciones frente a los golpes y las bendiciones de la vida.
Nuestros hijos, nietos, cónyuges, vecinos y compañeros de trabajo observan la
historia que les narramos.
Pablo nos recuerda que, como seguidores
de Cristo, nuestras vidas son como cartas «conocidas y leídas por todos los
hombres; […] carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu del
Dios vivo» (2 Corintios 3:2-3).
En la carta de nuestra vida ¿qué
historia leen aquellos que nos ven de cerca? ¿Relatos de perdón, compasión,
generosidad, paciencia, amor?
Si experimentas el gozo de una vida
llena de gracia por el Espíritu Santo que mora en ti, ¡disfruta de ser uno de
los grandes narradores divinos de historias!