Todos los años con la llegada de la
primavera, las hormigas marchan continuamente a nuestra cocina para buscar
cualquier resto de comida que haya quedado en el suelo. No son exigentes; les
gusta todo: trocitos de papas fritas, un grano de arroz e incluso una pizca de
queso.
Salomón las alabó por su estricta ética
laboral (Proverbios 6:6-11). Señaló que son disciplinadas: «no teniendo
capitán, ni gobernador, ni señor» (v. 7), son sumamente productivas. También
siguen ocupadas cuando no hay una necesidad inmediata, y así consiguen
suministros en el verano y recogen alimentos durante la siega (v. 8). Cuando
llega el invierno, no están preocupadas pensando qué van a comer. Poco a poco,
estas obreras laboriosas han ahorrado suficiente para subsistir.
Nosotros podemos aprender de la
hormiga. Cuando Dios nos da épocas de abundancia, podemos preparar para cuando
los recursos sean pocos. El Señor es el proveedor de todo lo que tenemos,
incluso de nuestra capacidad para trabajar. Debemos hacerlo con diligencia, ser
administradores sabios de lo que Él ha provisto y, después, descansar en la
promesa de Su cuidado (Mateo 6:25-34).
Recordemos el consejo de Salomón: «Ve a
la hormiga, […], mira sus caminos, y sé sabio» (Proverbios 6:6).