Estoy asombrado por el impacto que la
mujeres han tenido en la vida de sus hijos. Muy pocas funciones
exigen la clase de perseverancia y de entrega sacrificada e incondicional que
tiene la maternidad. Sin duda, mi carácter y mi fe han sido moldeados por mi
madre. Seamos realistas, ¿dónde estaríamos ella?
Esto me trae a la mente una de mis
historias deportivas favoritas. Phil Mickelson recorría la calle del hoyo 18
durante el Torneo de Maestros, en 2010, después de su último tiro con el que
ganó por tercera vez uno de los premios más codiciados por los golfistas. Pero
no fue la victoria que obtuvo en el campo lo que me impactó, sino cuando fue
derechito, entre la multitud, hasta donde estaba su esposa, la cual luchaba
contra un cáncer que amenazaba con quitarle la vida. Se abrazaron, y la cámara
captó una lágrima cayendo por la mejilla de Phil mientras abrazaba fuertemente
a su esposa durante un largo rato.
Las mujeres necesitan experimentar la
clase de amor sacrificado y generoso que el Amante de nuestras almas nos ha
demostrado. Como lo expresa Pablo: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Los
premios vienen y van, pero lo que realmente importa son las personas a quienes
amas y que te aman a ti.
La vida no se trata de los premios que ganamos, sino de las personas a quienes amamos. (RBC)