Los niños quieren las cosas ya: «¡Pero
yo quiero el postre ya!», «¿ya llegamos?», «¿ya podemos abrir los regalos?».
Por el contrario, a medida que crecemos, aprendemos a esperar. Los futuros
médicos esperan durante su capacitación; los padres aguardan esperanzados que
el hijo perdido regrese; nosotros esperamos cosas que valgan la pena hacerlo,
y, en el proceso, aprendemos a ser pacientes.
Dios, que no está limitado al tiempo,
requiere que tengamos una fe madura que tal vez incluya retrasos que parecen
pruebas. La paciencia es una señal de esa madurez, una cualidad que solo puede
desarrollarse con el transcurso del tiempo.
Muchas oraciones en la Biblia brotan de
la acción de esperar. Jacob esperó siete años para tener una esposa y, después
de que su futuro suegro lo engañó, trabajó otros siete (Génesis 29:15-20). Los
israelitas esperaron 400 años para ser liberados; Moisés aguardó cuatro décadas
para ser llamado a liderarlos, y después otros 40 para llegar a una tierra
prometida en la que él no entraría.
«Mi alma espera a Jehová más que los
centinelas a la mañana», escribió el salmista (Salmo 130:6). Viene a la mente
el cuadro de un guardia que cuenta los minutos para que termine su turno.
Oro pidiendo esa paciencia que soporta
los tiempos de prueba, que sigue expectante, que continúa esperando, que no
deja de creer. Oro por paciencia para ser paciente.
Dios rara vez se apura para hacer grandes cosas. (RBC)