Un
integrante de una organización benéfica contó sobre una mujer que viajó a un
país distante a visitar al niño a quien sostenía financieramente. Decidió
llevar a ese niñito, que vivía en la indigencia, a comer a un restaurante.
El
pequeño pidió una hamburguesa, y la mujer, una ensalada. Cuando llegó la
comida, el chico, que jamás había tenido un almuerzo así en toda su vida,
observó la escena: miró su enorme hamburguesa y la pequeña ensalada de su nueva
amiga; después, cortó la hamburguesa por la mitad, se la ofreció a la mujer, se
frotó la panza y preguntó: «¿Hambre?».
Un
niño que casi no había tenido nunca nada estuvo dispuesto a compartir la mitad
de lo que ahora tenía con alguien que pensó que podía necesitar más. Podemos
recordar a este muchachito cuando nos encontremos con alguien con necesidades
físicas, emocionales o espirituales. Como seguidores de Cristo, nuestra fe en
Él debería reflejarse en nuestras acciones (Santiago 2:17) .
Todos los días, encontramos personas necesitadas. Algunas en diferentes partes del mundo; otras, a la vuelta de la esquina. Algunas con necesidad de una comida caliente; otras, de una palabra amable. ¡Qué gran diferencia pueden marcar los seguidores de Cristo, haciendo el bien y compartiendo! (Hebreos 13:16) .