En el
sitio de Internet livescience.com, leí algo bastante asombroso: «Si estuvieras
parado en la cima de una montaña, mirando una extensión del planeta más grande
de lo acostumbrado, podrías percibir luces a cientos de kilómetros de
distancia. En una noche oscura, incluso alcanzarías a ver la luz de una vela
ubicada a 48 kilómetros». No hacen falta telescopios ni gafas para visión
nocturna, ya que el ojo humano está diseñado con tal precisión que, aun a larga
distancia, es posible ver con claridad.
Este
hecho es un recordatorio vívido de nuestro Creador maravilloso, quien no solo
diseñó el ojo humano, sino también todos los detalles que conforman nuestro
universo. Además, y a diferencia de todas las otras cosas creadas, Dios nos
hizo a su imagen (Génesis 1:26). Este concepto habla de algo mucho más
maravilloso que la capacidad de ver. Se refiere a una semejanza al Señor que
nos da la posibilidad de relacionarnos con Él.
Podemos confirmar la declaración de David: «Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien» (Salmo 139:14). No solo se nos han dado ojos para ver, sino que también hemos sido hechos para que, en Cristo, ¡un día lo veamos cara a cara!