Muchas personas se esfuerzan al máximo
para asegurarse de que sus recursos se utilicen bien después de su muerte:
establecen fideicomisos, hacen testamentos y organizan fundaciones para
garantizar que sus bienes sigan usándose para un buen propósito cuando ellos ya
no estén en este mundo. A esto se le llama una buena mayordomía.
No obstante, así de importante es también
ser buenos administradores de la historia de nuestra vida. Dios no solo les
ordenó a los israelitas que les enseñaran a sus hijos las leyes, sino también
su historia familiar. Los padres y los abuelos tenían la responsabilidad de
asegurarse de que sus descendientes supieran lo que Dios había hecho a favor de
ellos (Deuteronomio 4:1-14).
Dios nos ha dado a cada uno una historia
singular. Su plan para nuestra vida es individualizado. ¿Saben los demás qué
crees y por qué? ¿Conocen la historia de cómo pusiste tu fe en Cristo y la
forma en que Dios ha obrado en tu vida para fortalecerte espiritualmente?
¿Saben sobre la fidelidad del Señor para contigo y de su ayuda para enfrentar
tus dudas y frustraciones?
Tenemos la responsabilidad de transmitirles a los demás la historia de la fidelidad de Dios. Regístrala de alguna manera y compártela. Sé un buen administrador de las experiencias que el Señor está narrando a través de ti.
Una vida vivida para Dios deja un legado duradero. (RBC)