Juan Crisóstomo (347-407), arzobispo de
Constantinopla, dijo sobre la amistad: «Tal es la amistad, que por ella amamos
lugares y estaciones; porque […] como las flores dejan caer sus delicados
pétalos sobre el suelo que las rodea, así los amigos imparten gracia incluso en
los lugares donde habitan».
Jonatán y David ilustran la dulzura de
una amistad genuina. La Biblia registra un vínculo cercano e inmediato entre
ellos (1 Samuel 18:1). Mantuvieron viva su amistad demostrando lealtad mutua
(18:3; 20:16, 42; 23:18), y nutriéndola con expresiones de interés el uno por
el otro. Jonatán le entregó regalos a David (18:4) y lo protegió en medio de
muchas dificultades (19:1-2; 20:12-13).
En 1 Samuel 23:16, vemos el momento más
destacado de su amistad. Cuando David huía del padre de Jonatán, como fugitivo,
«Jonatán hijo de Saúl fue a Hores para visitar a David, y lo animó a no perder
su confianza en Dios» (rvc). Los amigos ayudan a encontrar fuerzas en el Señor
en los momentos tristes de la vida.
En un mundo donde la mayoría de las relaciones interpersonales dependen de lo que podamos conseguir, seamos la clase de amigos que se centran en lo que pueden dar. Jesús, nuestro Amigo perfecto, nos mostró que «nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).