En 1995, el actor Christopher Reeve quedó
paralítico tras un accidente mientras cabalgaba. Antes de esa tragedia, había
representado en una película el papel de un parapléjico. Mientras se preparaba,
Reeve visitó varias veces un centro de rehabilitación. Luego recordaba: «Cada
vez que me iba de aquel lugar, decía: “Gracias a Dios que esto no es para mí”».
Después del accidente, el actor se lamentaba de lo dicho, y agregaba: «Me
abstraía tanto de esas personas que estaban sufriendo, y no me daba cuenta de
que un segundo más tarde podía tocarme a mí». Y lamentablemente, para él, así
fue.
Nosotros también podemos observar los problemas
de los demás y pensar que a nosotros nunca podría sucedernos algo igual. En
especial, si nuestro andar en la vida nos ha dado cierto éxito, seguridad
financiera y armonía familiar. El rey David admitió que, en un momento de
vanidad y de autosuficiencia, cayó en la trampa de sentirse invulnerable: «En
mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido» (Salmo 30:6). No obstante,
reaccionó de inmediato y redirigió su corazón para alejarlo de tal jactancia.
Recordó que anteriormente había enfrentado la adversidad y que Dios lo había
liberado: «Has cambiado mi lamento en baile» (v. 11).
Ya sea que el Señor nos haya enviado bendiciones o pruebas, igualmente merece nuestra gratitud y nuestra confianza.