Es difícil lograr contentamiento. Aun el
apóstol Pablo, un héroe de la fe, tuvo que aprender a sentirse satisfecho
(Filipenses 4:11). No era una característica natural de su personalidad.
Es verdaderamente asombroso que haya escrito
que estaba contento en toda circunstancia. Cuando escribió esto, estaba preso
en Roma. Acusado de sedición, traición y otros delitos graves, había apelado al
tribunal supremo: César. Sin ningún otro recurso legal ni amigos en puestos
influyentes, tuvo que esperar que atendieran su causa. Daba la impresión de
tener derecho a ser una persona impaciente y desdichada. Sin embargo, les
escribió a los filipenses para decirles que había aprendido a estar contento.
¿Cómo aprendió a estar así? Poco a poco, hasta
que pudo estar satisfecho incluso en situaciones desagradables. Aprendió a
aceptar todo lo que se le cruzaba en el camino (v. 12) y a recibir con gratitud
toda la ayuda que pudieran darle los demás creyentes (vv. 14-18). Y lo más
importante de todo: reconocía que Dios estaba supliendo todas sus necesidades
(v. 19).
El contentamiento no es algo que le brote naturalmente a nadie. Nuestro espíritu competitivo nos impulsa a comparar, a quejarnos y a codiciar. Pocos se encuentran en apuros como los de Pablo, pero todos enfrentamos dificultades en las que podemos aprender a confiar en el Señor y a estar contentos y satisfechos.