El
erudito en griego W. E. Vine afirma que la mansedumbre, como se define en la
Biblia, es una actitud hacia Dios «que considera que su trato para con nosotros
es bueno, y por lo tanto, no hay discusión ni resistencia». Esto lo observamos
en Jesús, cuyo deleite fue hacer la voluntad de su Padre.
El
autor continúa diciendo que «la mansedumbre manifestada por el Señor y que se
les recomienda practicar a los creyentes es fruto del poder […]. Jesucristo era
“manso” porque tenía a su disposición los recursos infinitos de Dios». Él
podría haber llamado a los ángeles del cielo para impedir que lo crucificaran.
Jesús
les dijo a sus agobiados y cansados seguidores: «Llevad mi yugo sobre vosotros,
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas» (Mateo 11:29). Él fue el modelo perfecto de la mansedumbre.
Cuando
estamos cansados y turbados, Cristo nos invita a descubrir la paz que produce
confiar mansamente en Él.
Dios
tiene dos moradas: en el cielo y en un corazón manso y agradecido. (RBC)