En
un principio, aquellos que siembran discordia tal vez no busquen crear
división, sino que les preocupan sus necesidades personales o los intereses del
grupo al que pertenecen (Santiago 4:1-10). Piensa en la discusión de los
pastores de Lot con los de Abram (Génesis 13:1-18), en la de los discípulos de
Cristo sobre la preeminencia personal (Lucas 9:46); además, considera los
grupos separatistas de la iglesia de Corinto, los cuales colocaban las
facciones sectarias por encima de la unidad del Espíritu (1 Corintios 3:1-7).
Entonces,
¿cuál es la mejor manera de promover la unidad? Comienza con un corazón
transformado. Cuando adoptamos la mente de Cristo, desarrollamos una actitud
humilde y nos concentramos en servir a los demás (Filipenses 2:5-11). Solo en
Él, podemos acceder al poder para «no [mirar] cada uno por lo suyo propio, sino
cada cual también por lo de los otros» (v. 4). En poco tiempo, las necesidades
y las esperanzas de los demás nos resultarán más importantes que las nuestras.
Al
desarrollar lazos de amor unos con otros, descubrimos que el gozo y la unidad
sustituyen a la discordia (ver Salmo 133:1).
Podemos
lograr más juntos que solos. (RBC)